miércoles, 17 de octubre de 2012


Jeremy Rifkin. La economía del hidrógeno. La creación de la red energética mundial y la redistribución del poder en la tierra. Barcelona: Editorial Paidós, 2002, 324 pp., ISBN 84-493-1280-9.

Carlos Osorio M
Red CTS+I, OEI.
Universidad del Valle, Colombia.


A lo largo de la historia de la humanidad, las diversas civilizaciones han tenido maneras de resolver sus asuntos energéticos, lo cual les ha permitido el uso, agotamiento y sustitución de sus recursos, no sin el peligro de perecer en dicho proceso. Rifkin nos llama la atención sobre este tema desde los albores mismos de la civilización hasta el presente, señalando en el tema del agotamiento de los recursos, que nuestra civilización se encuentra abocada a la mayor crisis en todo su modo de vida. No hay que olvidar que... "Calentamos nuestras casas y oficinas con combustibles fósiles, mantenemos nuestras fábricas y nuestros sistemas de transporte con combustibles fósiles, iluminamos nuestras ciudades y nos comunicamos a distancia con electricidad generada a partir de combustibles fósiles, construimos nuestros edificios con materiales hechos con combustibles fósiles, tratamos nuestras enfermedades con medicamentos derivados de combustibles fósiles, almacenamos nuestros excedentes en contenedores de plástico y embalajes hechos de combustibles fósiles y manufacturamos nuestras ropas y aparatos domésticos con la ayuda de nuestros productos petroquímicos. Prácticamente todos los aspectos de nuestra vida moderna extraen su energía de los combustibles fósiles, derivan materialmente de ellos o reciben su influencia de algún otro modo" (Pág. 85).
Se sabe que los recursos fósiles son finitos, su extinción puede ser más próxima de lo que imaginamos y al parecer no hemos tomado suficiente conciencia de que esto pueda ser así. Los cálculos más optimistas hablan de un horizonte entre 28 y 38 años para que los recursos "toquen fondo"; y los menos optimistas, entre 8 y 18 años; quedando la mayor parte de las reservas en Oriente Medio y por lo tanto, es solo una cuestión de tiempo que el mundo pase a depender del golfo Pérsico para satisfacer sus crecientes necesidades de petróleo. Durante los próximos años, el descenso de la producción petrolera de los yacimientos de Rusia, Mar del Norte, Alaska y África Occidental, que hoy satisfacen las economías de EEUU y de Europa -sólo EEUU, con el 5% de la población mundial, consume el 26% del petróleo de todo el mundo-; tales recursos se agotarán inevitablemente. Hay más de 40.000 yacimientos petrolíferos conocidos en el mundo, pero solo 40 de ellos, súper gigantes, es decir, con más de 5.000 millones de barriles de petróleo; de éstos, 26 están en el golfo Pérsico y se hallan aún en fase ascendente de producción, a diferencia de los de EEUU y Rusia, en donde han tocado techo o están en fase descendente.
Rifkin ataca las dudas que pudieran suscitarse en un tecnófilo que albergue las esperanzas en mejores tecnologías, para detectar nuevos yacimientos, o bien para mejorar las pérdidas por extracción. En ambos casos, nos señala con investigaciones, que poco se puede esperar de nuevos yacimientos importantes, aún con mejores tecnologías; y por otro lado, éstas encarecen el proceso cuando se aplican para disminuir la pérdida durante la extracción.
La reflexión se anota entonces en otros frentes. En primer lugar, analizando las características energéticas de las sociedades, tal como mencionábamos al comienzo. Basado en estudios de antropólogos, Rifkin considera que el grado de una civilización, se puede medir a partir de su capacidad de utilizar la energía para promover el progreso o satisfacer las necesidades. Dicha consideración es válida, desde la revolución neolítica y el inicio de la agricultura; las sociedades no han cesado de incrementar la cantidad y calidad del flujo energético. Ello daría una lectura de "plantas energéticas" de baja potencia, a partir de los integrantes de pequeños grupos de cazadores-recolectores, controladas por estructuras institucionales poco complejas. En una fase posterior, en un régimen esclavista con mayor organización social, la disponibilidad de la energía promedio aumentó, lo que permitió la construcción de las grandes pirámides de Egipto, la Gran Muralla China y las construidas en América.
Pero la lectura de estos procesos es aún más compleja, puesto que se pone en juego una interpretación del uso de la energía en las sociedades, desde las leyes de la termodinámica. Las sociedades, como lo hacen los seres vivos en la naturaleza, luchan por remontarse a la segunda ley de la termodinámica, o a la degradación ineluctable. Esta curva de entropía se altera al introducir nueva energía para sostener el orden energético y por consiguiente el orden social. En este sentido, cabe entonces la preocupación de ¿cuanta energía requieren las sociedades para conservar su estilo de vida actual, frente al hecho de que los recursos energéticos se están agotando?. Si la energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma, el problema radica en el sentido de esta transformación, el cual va de una energía disponible a una no-disponible. Con base en esto, Rifkin nos advierte que... "Las sociedades que más duran son aquellas que consiguen el mejor equilibrio entre el balance de la naturaleza y de la sociedad humana, dentro de los límites que impone inevitablemente la segunda ley" (Pág. 72); de lo contrario, las sociedades colapsan.
Nuestra civilización actual, dependiente de los recursos fósiles, tiene otra característica, se trata del carácter centralizado y determinista del sistema energético. La infraestructura del petróleo es la red energética más compleja que haya existido. Su carácter altamente centralizado, ha generado empresas comerciales organizadas del mismo modo; que para la actual época de fusiones corporativas, significa el control de la energía global en un reducido número de instituciones; de ellas depende el bienestar de buena parte de la humanidad. Tres problemas se configuran frente a esta situación. El primero radica en que una mayor concentración y centralización de poder en un número menor de instituciones puede resultar poco flexible a la hora de enfrentarse a nuevos retos; en segundo lugar, el auge del fundamentalismo islámico en Oriente Medio, preocupa respecto de las decisiones sobre las últimas reservas del petróleo; y finalmente, el problema del calentamiento global del planeta, por la quema de combustibles fósiles. Estos tres aspectos se configuran como cruciales para determinar las perspectivas de la civilización humana en el siglo XXI. De la forma como afrontemos este "punto de inflexión" en la curva del régimen energético, dependerá que tengamos un renacimiento como civilización, o un deterioro progresivo de la misma.
La apuesta de Rifkin y de muchos otras personas e instituciones en el mundo, es por el uso del hidrógeno como fuente energética; por una descarbonización (sustitución progresiva de los átomos de carbono por otros de hidrógeno con cada nueva fuente de energía) y una economía del hidrógeno. El hidrógeno es un combustible eterno que no contamina y aunque se halla prácticamente en todas partes, raramente aparece en la naturaleza en estado libre, por lo que debe ser extraído. Las diversas formas de producirlo, que aunque pueden involucrar el uso de energías procedentes de hidrocarburos, se inclinan hacia la utilización de energías renovables, como la fotovoltaica, la eólica, la hidráulica y la geotérmica; éstas, pueden generar la electricidad que se consume en el proceso de la electrólisis para descomponer el agua en hidrógeno y oxígeno.
Pero el aspecto más interesante del hidrógeno es el de una nueva economía menos centralizada, más autosuficiente, que depende del mismo consumidor. Para explicar el tema, Rifkin adopta dos criterios, el de generación distribuida y el de red, análogo éste último a la WEB. La generación distribuida se refiere a un conjunto de pequeñas plantas generadoras de electricidad, situadas cerca del usuario final, o en su mismo emplazamiento, y que pueden bien estar integradas en una red o bien funcionar de forma autónoma. Sus usuarios pueden ser fábricas, empresas comerciales, edificios públicos, barrios o residencias privadas. Ellas representan en la actualidad, un coste menor en la producción del kilovatio; y prometen ser una solución ante el peligro de un corte de energía y una alternativa al calentamiento global. En esta perspectiva, el usuario se puede convertir en su propio productor, al usar pilas de combustible que pueda recargar.
"Las revoluciones económicas verdaderamente importantes de la historia se producen cuando una nueva tecnología de comunicación se funde con un régimen energético emergente para crear un paradigma económico completamente nuevo. La introducción de la imprenta en el siglo XV, por ejemplo, estableció una nueva forma de comunicación que cuando más adelante se combinó con la tecnología del carbón y el vapor dio origen a la revolución industrial. La imprenta hacía posible una forma de comunicación lo bastante rápida y ágil como para coordinar un mundo impulsado por la energía del vapor" (Pág. 244). Tras esta afirmación, Rifkin considera que el hidrógeno y las nuevas tecnologías de generación distribuida por medio de pilas, fusionado con la revolución informática y las telecomunicaciones, pueden crear una era económicamente nueva. Estamos entonces, a la vuelta de pocos años, frente a la posibilidad de convertir la red eléctrica en una red interactiva de miles o millones de pequeños proveedores y usuarios. Sin duda, son diversos los problemas técnicos a abordar, como por ejemplo, la puesta en juego de un sistema flexible -no tan unidireccional- de corriente alterna, que permita a las compañías de transmisión distribuir cantidades precisas de electricidad a áreas específicas de la red. Otros problemas, de tipo organizativo, demandarán otra clase de soluciones, de carácter más democrático, cooperativo y seguramente con menores costos; por ejemplo, para alquilar o comprar pilas de combustible en hogares y empresas. En todos estos casos, ya existen experiencias en los EEUU.
La posibilidad de una democratización de la energía, significa, del lado de los países pobres, la oportunidad de mayores accesos a la economía y al bienestar. Un mínimo acceso al empleo y a la electricidad, significa una "calidad de vida básica" que incluye la alfabetización, una mejor higiene, seguridad personal y una mayor expectativa de vida. Con el aumento de la pobreza en esta parte del mundo, el crecimiento demográfico, las economías en recesión y el peso de la deuda externa; una economía basada en el hidrógeno constituye una esperanza para los miles de millones de seres humanos que habitan la mayor parte del globo.
Concluye Rifkin, acentuando el desafío que la generación distribuida representa, tanto ambientalmente como en el ámbito sociológico, respecto de una nueva comprensión de la globalización. Al estar conectados por una red de generación distribuida a partir del hidrógeno, los asentamientos humanos pueden ser vistos desde enfoques diferentes al viejo concepto de Estado-Nación, propio de un régimen energético que está caducando. Los patrones de asentamiento humano entrelazados con las biocomunidades, podrán ser entendidos en términos de eco-regiones, bio-regiones y geo-regiones, lo que contribuirá a forjar un nuevo y profundo sentido de la seguridad, la salud y el bienestar de la tierra.


miércoles, 10 de octubre de 2012


AGUA, LA GUERRA QUE BROTA (II PARTE Y FINAL)

La primera década del siglo XXI casi concluye y la guerra anunciada por el agua orbita como el mayor conflicto geopolítico de la presente centuria.
En las 263 cuencas hidrográficas internacionales y sistemas acuíferos transfronterizos existentes, donde vive casi la mitad de la población mundial, 158 carecen de marco común de gestión, precisa el informe WWDR-3, de Naciones Unidas.
“Existe una amenaza de estrés por el agua, de huida de los territorios en crisis y, en el peor de los casos, de guerras por los recursos en peligro de desaparición”, alerta el documento.
Aunque el geógrafo estadounidense Aaron Wolf, director del proyecto Transboundary Freshwater Dispute (Conflictos transfronterizos sobre el agua) insiste en que el elemento natural sobresale como motivo de cooperación entre países, ya la ONU contabiliza más de 50 conflictos por su falta.
La cuenca del Trigris y del Éufrates es el centro de un contencioso entre Turquía, Siria e Irak; la del río Jordán, entre Siria, Palestina, Israel, Jordania y Líbano; la del Ganges y el Indo entre Bangladesh, India y Paquistán, y lo mismo sucede con las cuencas del Nilo y del Zambeze.
En América Latina, México y Estados Unidos disputan por el fronterizo río Bravo, además de las enormes dificultades de abastecimiento en la árida franja que los une.
Washington acusa a su vecino de no administrar bien el caudal, que se reduce en gran parte por evaporación, aunque estos argumentos, refieren analistas, encierran intereses relacionados con su privatización.
Diversos investigadores concuerdan en que la invasión a Irak, en marzo del 2003, fue también para controlar los ríos Éufrates y Tigris, los más importantes del Medio Oriente, donde el agua es tan preciada como el petróleo.
En América del Sur, la frecuente presencia del Jefe del Comando Sur de Estados Unidos en la Triple Frontera – entre Paraguay, Argentina y Brasil- constituye una forma de control sobre el Sistema Acuífero Guaraní (SAG), según una investigación del Centro de Militares para la Democracia, de Argentina.
Además, las declaraciones del Departamento de Estado norteamericano sobre la posible presencia de terroristas en esa región, corroboran los intereses de Washington en la zona, precisa el estudio.
El gigante del MERCOSUR, como también se conoce el SAG, es un inmenso reservorio de agua pura, que se extiende desde el norte de Brasil, por parte de Paraguay y Uruguay, y finaliza en la pampa argentina.
En respuesta a los conflictos emergentes, el Banco Mundial continúa invirtiendo y fomentando préstamos, convencido de que la privatización solucionará la escasez, ya que con precios más altos, no se derrocha y habrá un sistema hídrico más eficiente.
El bolsillo ciudadano resulta la medida más recurrente para atenuar la escasez, aunque el vital líquido está definido por Naciones Unidas como un recurso público y no como un objeto de comercialización.
No obstante, la Coca Cola predice que su agua, más cara que la gasolina en algunos países, terminará dando mayores beneficios que sus bebidas gaseosas.
Ya en el 2008 se hizo público que esta compañía envasaba agua potable en Londres y la vendía como agua mineral, a tres euros la botella, por todo el Reino Unido.
Las compañías francesas Vivendi y Suez, la alemana RWE, Thames Water, de Gran Bretaña; y la American Water Works, de Estados Unidos, se disputan el control monopólico del recurso, y, calculan los expertos, para el 2020 serán las dueñas mayoritarias del negocio mundial.
Mientras estos consorcios privados venden agua pura para subsanar el bajo acceso a la salubridad de millones de personas, sus dividendos superan a los de la industria farmacéutica, según la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Entre los años 1970 y 2000 sus ventas crecieron más de 80 veces, y al comenzar el nuevo milenio reportaban una ganancia de 200 mil millones de dólares.
Al monto ganancial se suman también los aportes por la construcción de redes de alcantarillado y saneamiento para potabilizar, distribuir y administrar el líquido.
Sin embargo, ya existen dos antecedentes de oposiciones populares contra los intentos de privatización.
En el año 2000, en Bolivia, la empresa hispano-estadounidense Aguas del Tunari triplicó los precios de ese vital servicio, lo que provocó una revuelta masiva con muertos y heridos en la ciudad de Cochabamba, conocida hasta hoy como “la guerra del agua”, que forzó a recolocar el suministro en manos estatales.
En Ecuador, en el 2003, varias organizaciones no gubernamentales denunciaron el incremento de la participación privada en ese preciado suministro.
El Poder Judicial tomó medidas, pero no se concretaron hasta el 2007, bajo el mandato de Rafael Correa, quien frenó legalmente el proceso privatizador.
La combinación cada vez más explosiva del dinero, los conflictos y ocupaciones territoriales, dan razones a los expertos y organismos globales para que estén alertas en un caliente y sediento mundo, donde nunca faltan motivos para que brote otra guerra.
Katia Monteagudo
11 de abril de 2010
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AGUA, LA GUERRA QUE BROTA (I PARTE)

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La sobreexplotación, el crecimiento poblacional y el cambio climático podrían convertir la escasez de agua en un problema político, debido a rivalidades emergentes entre países, sectores y zonas rurales y urbanas, asegura un informe de Naciones Unidas.
La valoración resultó una de las conclusiones del estudio sobre el vital líquido, conocido por WWDR-3, realizado por 26 entidades de la plataforma ONU-Agua, bajo el Programa Mundial de Evaluación de los Recursos Hídricos, de la UNESCO.
Este peritaje, el más completo sobre el tema, se divulgó en múltiples escenarios durante el 2009, y dio nuevos elementos para pensar en la veracidad del augurio belicista, formulado por Ishmael Sarageldin, ex-vicepresidente del Banco Mundial, promotor de la privatización del vital recurso natural.
Aunque la masa líquida del planeta sobrepasa tres veces a la continental, solo es dulce el 2,5 por ciento del total.
Pero casi todo ese porcentaje se encuentra en los hielos polares y glaciares, y en acuíferos de difícil acceso, algunos por debajo de los dos mil metros del nivel del mar.
Solo el 0,025 por ciento del líquido dulce está en la superficie o se le puede acceder con facilidad.
Según el WWDR-3, una quinta parte de los más de seis mil 700 millones de personas que pueblan hoy el planeta, no tiene acceso al agua potable, y dos mil 400 millones carecen de adecuados sistemas de saneamiento.
De persistir estas insuficiencias, hacia el 2030 más de media humanidad vivirá en zonas con problemas de abastecimiento hídrico, estiman estos expertos y la Organización de Cooperación para el Desarrollo Económico.
Este panorama se hace más complejo con la alerta de científicos y entidades mundiales sobre el impacto del calentamiento global en los glaciares y casquetes polares, las principales reservas de agua dulce en la tierra.
El Panel Intergubernamental de Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCC) vaticina que las variaciones en las precipitaciones y la desaparición de los glaciares afectarán en grande la disponibilidad del recurso natural para el consumo humano, la agricultura y la generación de electricidad.
Para Lonnie Thompson, investigador de la Ohio State University, la capa de hielo del monte Kilimanjaro podría desaparecer en menos de 15 años.
Igual pronóstico prevé para el 2035 en los glaciares del Himalaya, donde se originan los caudales de los ríos Indo, Ganges, Mekong, Yangtse y Amarillo.
Esto afectará el suministro en gran parte de Asia, continente que distribuye un tercio del agua dulce disponible entre el 60 por ciento de la población mundial, alerta Thompson.
Pero de este riesgo tampoco escapa América Latina, región que concentra más de un cuarto de los recursos hídricos y acuíferos globales, para el ocho por ciento de los habitantes del planeta.
En esa zona geográfica también los glaciares están desapareciendo, mientras ya afronta 180 millones de personas sin el vital líquido y con déficit de saneamiento.
El glacial Quelcaya, la fuente principal de Lima, en Perú, baja 30 metros por año, y se desvanecerá dentro de una década, aunque corre mejor suerte que el boliviano Chacaltaya, derretido a finales del 2009, seis años antes de lo previsto por el IPCC.
Este campo helado resultaba decisivo para el abastecimiento y la producción de electricidad en la ciudad de La Paz, la capital de Bolivia.
Igual peligro corren los de Ecuador, y otros de la Patagonia argentina y chilena, la cordillera Darwin y la Isla de Tierra del Fuego, insisten los miembros del IPCC.
Con estos datos a la mano, expertos y organismos de la ONU descartan el cumplimiento de una de las metas del Milenio para el 2015, propuesta para reducir a la mitad las personas que hoy no tienen acceso al agua potable y a la red de saneamiento.
El informe WWDR-3 expone que los progresos de estos servicios básicos son insuficientes para alcanzar ese objetivo fijado.
“La lucha contra la pobreza depende también de nuestra capacidad para invertir en los recursos hídricos”, insiste Koichiro Matsuura, director general de la UNESCO.
“Unos cinco mil millones de euros por año se requieren para conseguir ese objetivo del Milenio, y hoy cada tres segundos muere un niño por falta de agua y de higiene”, asegura Carlos Fernández-Jáuregui, director de Water Assesment Advisory-Global Network. Sólo en el África subsahariana hay 840 millones de personas sin agua potable segura y carentes de adecuados servicios de saneamiento, precisa el analista.
El 80 por ciento de las enfermedades que azotan a los países en vías de desarrollo están relacionadas con este elemento natural y cinco millones de personas al año mueren por beber agua contaminada.
José Graziano da Silva, representante regional de la FAO para América Latina y el Caribe, considera que “con el cambio climático, el acceso al agua puede convertirse en un desafío mayor que el acceso a la tierra para la agricultura”.
Como este líquido resulta imprescindible, muchos países adoptan leyes para proteger sus recursos y administrarlos con prudencia, pero la UNESCO afirma que estas medidas aún no surten efecto.
Los cultivos consumen las tres cuartas partes del agua que se extrae y el resto, para uso industrial y doméstico.
“Una persona necesita de tres litros al día, pero producir sus alimentos diarios requiere tres mil. Un kilo de carne demanda entre seis mil y 20 mil litros”, expone como ejemplo Jan Van Wambeke, responsable de Tierras y Aguas de la FAO.
“El futuro del agua se encuentra en una agricultura más eficiente”, asegura Jacques Diouf, director general de la FAO, quien propone una mejor gestión del recurso en este sector y más apoyo a los campesinos de los países en desarrollo para enfrentar la escasez y el hambre que genera.
Los autores del informe WWDR-3 afirman que para lograr leyes efectivas en la administración eficiente del agua, resulta necesario involucrar a los responsables de los sectores agrícola, energético, el comercio y la banca.
También hay voces que alertan, ante la evidente escasez para millones y la abundancia para otros tantos, de ocupaciones territoriales y saqueos forzados, además de la pugna en ascenso entre quienes consideran al agua una mercancía más y los convencidos de que solo es un bien social.
Katia Monteagudo